En noviembre de 1990, la niña japonesa de apenas nueve años desapareció tras ir a ver un partido de béisbol en su ciudad natal de Sanjo, prefectura de Niigata. Su nombre: Fusako Sano. Un abductor la retuvo durante nueve años y dos meses en el segundo piso de su casa, a tan solo 200 metros de un puesto de policía.
El hombre, Nobuyuki Satō, la mantuvo prisionera por miedo a ser descubierto, la alimentó mientras su madre vivía abajo e ignoró durante años que la joven estuviera cautiva. En enero de 2000, finalmente Sano fue localizada cuando se atrevió a acercarse a la policía.
Una historia de silencio y supervivencia
Durante su cautiverio, Sano apenas salió de la habitación. No estaba encerrada con llave, pero el miedo se convirtió en prisión: “No tenía energía para escapar”, declaró luego. Fue alimentada, golpeada, torturada y aislada. Al momento de su rescate, tenía 19 años, el cuerpo enfermo y la mente actúa como la de una niña debido al trauma prolongado.
El caso generó indignación: un criminal con antecedentes había sido ignorado por la policía, lo que derivó en la renuncia de altos mandos. Hoy, la historia de Fusako Sano es recordada como uno de los secuestros más largos y atroces en la historia moderna de Japón.
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