La Comarca Lagunera, ese paisaje que hoy asociamos con el sol inclemente y la tierra agrietada, fue alguna vez un vibrante paraíso de humedales. Un complejo sistema de ríos y lagunas alimentado por el Nazas y el Aguanaval dio vida a un mosaico de culturas durante milenios. En el corazón de esta historia se encuentra el “Pueblo del Agua”, conocido comúnmente como los Irritilas. Lejos de la imagen de “bárbaros” que los conquistadores españoles pintaron, eran una confederación de pueblos con una profunda conexión con su entorno, cuya historia fue sistemáticamente borrada, pero cuyo eco se niega a ser silenciado. Esta es la crónica de su mundo, su trágico colapso y su inesperado resurgimiento en pleno siglo XXI.

¿Quiénes eran los Irritilas, los primeros habitantes de La Laguna?

Contrario a la idea de una sola tribu, los Irritilas o “Laguneros” eran en realidad una confederación multilingüe de al menos doce bandas que habitaban las riberas de las lagunas de Mayrán y Tlahualilo. Según las crónicas jesuitas, su sofisticación era tal que, a pesar de sus diferentes lenguas, utilizaban el náhuatl como lengua franca para comunicarse entre sí, un hecho que sugiere una conexión mucho más profunda con las culturas mesoamericanas de lo que se creía.

Su vida estaba perfectamente adaptada al agua. Eran maestros pescadores que usaban “nasas” (cestas de mimbre) y cazadores ingeniosos que atrapaban patos sumergiéndose y jalándolos por las patas. Su sociedad giraba en torno al mitote, una ceremonia de danza comunal que fortalecía sus lazos sociales y espirituales, un ritual tan importante que los propios misioneros tuvieron que adaptarlo para introducir el cristianismo.

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Un paraíso perdido: ¿Cómo era la Comarca Lagunera antes del desierto?

Para entender a los Irritilas, hay que imaginar un paisaje completamente diferente. La región era un próspero ecosistema de humedales donde los ríos creaban inmensas lagunas repletas de peces y aves acuáticas. Las llanuras circundantes albergaban venados, conejos y liebres, mientras que la flora del desierto proveía tunas, vainas de mezquite y maguey.

Este entorno no era solo una fuente de alimento, sino un paisaje sagrado. Las montañas, cuevas y manantiales eran altares y espacios ceremoniales. El arte rupestre que aún hoy encontramos en sitios como el “Paso del Águila” no eran simples dibujos, sino “firmas” o “títulos de propiedad” que sellaban el pacto espiritual entre el pueblo y su tierra. La posterior desecación de las lagunas en los siglos XIX y XX para la agricultura no solo fue un desastre ecológico, sino el golpe final que destruyó la base de su existencia.

Cueva de la Candelaria: La cápsula del tiempo que revela sus secretos

En 1953, en San Pedro de las Colonias, un descubrimiento casual abrió una ventana directa y sin filtros al mundo de los antiguos laguneros: la Cueva de la Candelaria. Esta cueva mortuoria, utilizada entre los años 1095 y 1315 d.C., conservó de manera extraordinaria los restos y objetos de este pueblo.

Los hallazgos refutaron para siempre la idea de que eran “primitivos":

  • Maestría Textil: Se encontraron fardos funerarios hechos con grandes mantas tejidas de fibra de yuca y lechuguilla, demostrando una avanzada industria textil.
  • Rituales Complejos: Los cuerpos eran envueltos cuidadosamente junto a sus posesiones personales (herramientas, ropa y adornos), lo que indica una clara creencia en una vida después de la muerte.
  • Cazadores-Recolectores: La abundancia de arcos, flechas y palos de caza, junto a la ausencia de herramientas de molienda como metates, confirmó su estilo de vida no agrícola.

La Cueva de la Candelaria es el testimonio material que prueba la riqueza de una cultura que las crónicas coloniales intentaron minimizar.

Conquista y exterminio: ¿Qué pasó con los pueblos originarios de la región?

La llegada de los españoles a finales del siglo XVI marcó el inicio del fin. Impulsados por la búsqueda de plata y la evangelización, los misioneros jesuitas establecieron misiones para “reducir” a los pueblos nómadas a una vida sedentaria. Este sistema, aunque disfrazado de salvación espiritual, fue una herramienta de control para explotar su mano de obra en minas y haciendas a través de sistemas brutales como la encomienda y el repartimiento.

La respuesta indígena fue una larga y feroz guerra de resistencia. Grupos como los Tobosos, sus acérrimos enemigos, también se convirtieron en el azote de los españoles. Sin embargo, el arma más letal no fue la espada, sino las enfermedades. Olas de viruela, sarampión y tifoidea causaron una mortandad masiva que destrozó sus estructuras sociales. La guerra, el trabajo forzado y las epidemias provocaron su colapso demográfico y su aparente desaparición de los registros históricos.

“No nos extinguimos": El sorprendente resurgimiento de la Nación Irritila

La historia oficial declaró a los Irritilas extintos en el siglo XIX. Sin embargo, hoy, un movimiento de descendientes que se identifican como la Nación Irritila está reescribiendo la historia. Ellos afirman que la extinción fue un acto administrativo y político, no una realidad biológica. Para sobrevivir, sus ancestros se mimetizaron con la sociedad mestiza, pero nunca perdieron por completo su identidad.

Como ellos mismos declaran, “por la noche nos mataban con la escritura”, reconociendo que la conquista se libró tanto con la pluma como con la espada, borrándolos de los libros. Hoy, este movimiento está:

  • Reconectando familias a través de la investigación genealógica.
  • Revitalizando su cultura y buscando recuperar su lengua.
  • Logrando reconocimiento legal, como su histórica inclusión como pueblo originario en la constitución del estado de Coahuila.

El resurgimiento de la Nación Irritila es un poderoso acto de justicia histórica que nos obliga a reconsiderar todo lo que creíamos saber sobre los verdaderos pioneros de la Comarca Lagunera. Su historia no es un capítulo cerrado; es una narrativa viva que demuestra la increíble resiliencia de un pueblo que se negó a ser olvidado.

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