Pocas historias han logrado capturar el terror a lo desconocido como The Mist (La Niebla), la icónica novela corta de Stephen King publicada en 1980 dentro de la antología Skeleton Crew.
Su poder no radica solo en la niebla que cubre el pueblo de Bridgton, Maine, sino en las criaturas aterradoras que emergen de ella, símbolos de lo que ocurre cuando el miedo toma el control de la humanidad.
Según la historia, la niebla proviene de un experimento militar fallido conocido como “Proyecto Punta de Flecha”, que abrió una grieta hacia otra dimensión.
A través de esta brecha comienzan a filtrarse criaturas monstruosas: desde insectos del tamaño de perros hasta colosales bestias tentaculares. Estas entidades no son demonios ni mutaciones terrestres, sino seres de un universo alterno, creados por King como una metáfora del caos y la insignificancia del ser humano frente a lo desconocido.
En la adaptación cinematográfica de 2007, dirigida por Frank Darabont, las criaturas se vuelven aún más impactantes. El director mostró desde arañas que escupen ácido hasta un leviatán gigante, pero lo verdaderamente aterrador no fue su forma física, sino lo que provocaron en los sobrevivientes: la pérdida total de la cordura y la esperanza.
King nunca explicó con detalle qué son realmente estos seres, pero en su vasto multiverso literario —que conecta obras como It, The Dark Tower y The Mist— se sugiere que provienen del Todash Space, una dimensión entre mundos donde habitan entidades cósmicas inimaginables.
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En esencia, The Mist no solo habla de monstruos externos, sino también de los monstruos internos que despiertan cuando la humanidad se enfrenta a lo incomprensible.
Una historia donde el verdadero horror no es la niebla… sino lo que revela dentro de nosotros.
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