La danza de los Matachines, una de las expresiones culturales más antiguas y coloridas del norte de México, continúa transmitiéndose de generación en generación como un acto de fe, identidad y devoción.
En este universo de sonajas, tambores y plegarias, destaca la historia de Alfredo Reyes, quien desde hace 54 años ha formado parte de diversos grupos de danzantes.
“Danzar es mucha devoción, un acercamiento con Dios como no tiene una idea”, comparte Alfredo, convencido de que esta práctica también es una forma de mantener unida a su comunidad y alejar a los jóvenes de los vicios de la calle.
“Es un acercamiento con toda la familia, con todos los amigos... mejor que agarren la danza”, afirma.
Una tradición que se vive en familia
Lo que comenzó como una expresión personal de fe se convirtió en una herencia familiar que hoy se manifiesta en el grupo de danza San Lorenzo, integrado por su esposa, hijos y nietos. Para los Reyes Mora, la danza no es solo una costumbre heredada: es un estilo de vida.
“Más que tradición es un estilo de vida para nosotros, porque todo el año, todo el día, todos los días estamos relacionados con la danza”, explica Antonio Reyes Mora, uno de los hijos de Alfredo.
La pequeña Ángela Valentina Aguilera Reyes, nieta del danzante, expresa con sencillez su entusiasmo: “Danzar no más”. Al preguntarle quién la trae a los ensayos, responde sin dudar: “Mi mamá”.
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Una devoción que fortalece los lazosA través de la danza, la familia Reyes Mora ha encontrado una forma de fortalecer sus vínculos, reafirmar su fe y mantener vivo un legado que ha trascendido el tiempo. Su historia es un testimonio de cómo las tradiciones pueden convertirse en un puente entre generaciones, uniendo corazones al ritmo de la devoción.
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