Durante siglos, la figura de la bruja fue símbolo de maldad, transgresión y castigo. Sin embargo, en las últimas décadas, la literatura ha emprendido una poderosa tarea de resignificación: transformar a la bruja (esa mujer temida, marginada y castigada) en un emblema de resistencia, sabiduría y poder femenino.
Lejos de los calderos y escobas, las brujas de la literatura contemporánea se presentan como mujeres que desafían el orden impuesto, se conectan con la naturaleza y encarnan una espiritualidad libre. Escritoras como Mona Chollet, con “Brujas”, en donde se habla de la caza de brujas como una persecución de mujeres independeintes o Margaret Atwood, con su reinterpretación del arquetipo femenino en “El cuento de la criada”, han contribuido a recuperar esta figura desde una mirada crítica.
Otro ejemplo, lo encontramos en la mitología griega, en donde autoras como Madeline Miller, en Circe, aborda como protagonista a una hechicera que lejos de ser una villana, es realmente una mujer eligiendo su propio destino.
El fenómeno no se limita a la no ficción o al ensayo feminista. En la narrativa fantástica, autoras como Naomi Novik, Sarah J. Maas o Andrea Tomé reinventan el mito desde la fantasía y el romance, dotando a sus protagonistas de complejidad emocional y agencia propia. En Latinoamérica, escritoras como Mariana Enríquez o Brenda Navarro retoman la figura de la bruja desde una perspectiva más social, explorando el poder y la marginalidad en contextos actuales.
El interés por las brujas también ha traspasado el papel: clubes de lectura, podcasts y talleres literarios utilizan su simbología para hablar de sanación y resistencia. Lo que antes fue motivo de persecución hoy es fuente de inspiración.
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