Recolección de alacranes en Durango: oficio mortal que sostiene a cientos de familias

En la sierra de Durango, cientos de familias viven de la recolección del alacranes, un oficio peligroso que mezcla identidad, riesgo y supervivencia.

Durango
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Nuevamente nos enclavamos en la Sierra Madre Occidental. Esta vez, esperamos que nos trate bien. Vamos en busca del Centruroides suffusus, el famoso alacrán de Durango.

Es en el poblado de Mimbres, enclavado en la sierra, donde los pobladores tienen clara su identidad: esta es una tierra bendita… por los alacranes.

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José Antonio Guadiana, recolector de la zona, explica que la actividad se ha vuelto una fuente de ingreso para muchas familias, aunque no está exenta de riesgos. “Recolectamos los alacranes y los llevamos a vender. Para nosotros representa un ingreso importante, aunque sabemos que es peligroso”, señala.

Y es que no se trata de una labor sencilla. Es un oficio mortal. Un ejemplo de ello es el caso de un joven recolector que perdió la vida mientras trabajaba. Emiliano Núñez, quien también se dedicó a esta actividad, recuerda el caso: “Le picó un alacrán y le dieron remedios caseros, intentaron sacarlo del lugar, pero lamentablemente murió en el camino, cuando lo llevaban envuelto en una cobija”.

La encargada del servicio antialacránico en el centro de salud, María de Jesús Reyes, advierte que los casos graves deben atenderse con inmediatez: “Deben llegar al centro médico lo más rápido posible. Si el alacrán es muy venenoso, pueden agravarse en cuestión de minutos”.

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El alacrán de Durango puede alcanzar hasta 7 centímetros. Su característica principal es un parche negro en el cuerpo. Se trata de una especie endémica de México, también encontrada en Sinaloa y Nayarit. Su picadura es de importancia médica. Sin embargo, para los pobladores de la sierra, este riesgo no detiene la labor.

Ahora, toca el turno de adentrarse en un oficio por demás riesgoso.

Durante la recolección, Aarón Amador de Fuerza Informativa Azteca acompaña a los habitantes. “Nos dijeron que bajo esta piedra hay uno, vamos a ver si lo encontramos. Hay que moverla con cuidado… aquí está. Sí, ya lo vi”, comenta mientras explora el terreno.

Cuando cae la noche, la búsqueda continúa, ahora con la ayuda de luz ultravioleta. Armando Guadiana, otro de los recolectores, nos muestra el proceso: “Ya son las 9:35 de la noche y todo está oscuro, pero con la luz ultravioleta es más fácil verlos, porque la piel del alacrán brilla. A veces los atrapamos así, y con el tiempo hemos aprendido mucho sobre ellos. Ya se ha vuelto hasta nuestro pasatiempo favorito. Aquí ya tengo algunos en el bote”.

Una vez recolectado, el alacrán toma otro destino: el taller. Ahí se cortan, se pegan, se embotellan, se hacen serigrafías y se transforman en artesanías. José Ángel García, artesano, comenta: “Fabricamos hasta mil llaveros con alacranes, todos ya con su forma definida”.

Más adelante, en el mercado, los alacranes se convierten en productos llamativos. Desde brochetas, bebidas, hasta dulces. “Pásele, pásele… tenemos mezcal con alacrán, paletas con alacrán”, se escucha entre los vendedores.

En un puesto de comida, Jenifer Cabral muestra cómo también se consumen: “Aquí preparamos tacos de alacrán. Están desinfectados para poder comerse y son traídos directamente de la sierra de Durango”.

La recolección no se detiene. En la comunidad de Mimbres llegan a juntar hasta 700 alacranes por día. La cifra anual supera los 250 mil.

Armando Guadiana lo resume con sencillez: “Los echamos al bote donde los encontramos, ahí mismo en el monte. Luego los llevamos al mercado, donde nos los compran a dos pesos cada uno”.

Para Armando y su hijo Antonio, la jornada ha terminado… pero pronto regresarán a encontrarse con su íntimo —y peligroso— compañero. Aunque este sea, sin duda, un oficio mortal.

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